11/12/2006

Dylan Thomas (1914-1953)

De ordinario atravesamos la existencia como aletargados o por entre la niebla, no logrando despertar y percibir, y sin llegar a comprender, a pesar de las sorpresas, que tendríamos que estar más alerta y en todo momento preparados; nos acostumbramos a vivir como el guerrero se acostumbra al peligro, y sólo de cuando en cuando nos damos cuenta de que el hecho de existir es ya en sí mismo el don más extraordinario. Es el milagro que no olvidan los santos y los poetas, y ésta es la característica fundamental que les distingue de los demás hombres. Ellos solos constituyen aquella raza aparte para quienes vivir no es hacer un viaje subterráneo, y, como resultado de esta experiencia, sus obras y su recuerdo dejan una estela de luz.

Y LA MUERTE NO TENDRÁ SEÑORÍO

Y la muerte no tendrá señorío.
Desnudos los muertos se habrán confundido
con el hombre del viento y la luna poniente;
cuando sus huesos estén roídos y sean polvo los limpios,
tendrán estrellas en sus codos y pies;
aunque se vuelvan locos serán cuerdos,
aunque se hundan en el mar saldrán de nuevo,
aunque los amantes se pierdan quedará el amor;
y la muerte no tendrá señorío.

Y la muerte no tendrá señorío.
Bajo las ondulaciones del mar
los que yacen tendidos no morirán aterrados;
retorciéndose en el potro cuando los nervios ceden,
amarrados a una cuerda, aún no se romperán;
la fe en sus manos se partirá en dos,
y los penetrarán los daños unicornes;
rotos todos los cabos ya no crujirán más;
y la muerte no tendrá señorío.

Y la muerte no tendrá señorío.
Aunque las gaviotas no vuelvan a cantar en su oído
ni las olas estallen ruidosas en las costas;
aunque no broten flores donde antes brotaron ni levanten
ya más la cabeza al golpe de la lluvia;
aunque estén locos y muertos como clavos,
las cabezas de los cadáveres martillearán margaritas;
estallarán al sol hasta que el sol estalle,
y la muerte no tendrá señorío.

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