11/26/2007

El Orco -El aprendiz de sabio-

Una vez –de esto hace muchos años-, Li Chu, el pequeño aprendiz, se escapó de la casa de su padre, el honorable Huang Go y atravesó toda la china a pie buscando a un venerable monje que fuera su maestro.
Durante setecientos años Li Chu atravesó montañas, ríos, valles y collados, y en ese tiempo sintió a menudo la mordedura del frío y el aguijón del hambre y el calor.
Un día, al bajar de una montaña, encontró un pequeño monasterio y supo que había llegado al final de su viaje. Llamó a la puerta y aún esperó doscientos años más a que le abrieran, hasta que una mañana un monje le invitó a pasar.
Mingyar Dondup, un sabio que había sido consejero del Más Recóndito, le recibió en persona.
-Dime, Li Chu ¿Qué quieres de nosotros? –le pregunto Mingyar Dondup.
-Vengo a aprender de usted, el hombre más sabio de la tierra –le contestó Li Chu.
-Muy bien –dijo Mingyar Dondup-, tomaremos un buen tazón de tsampa y empezaré a enseñarte la gran sabiduría de mis antepasados.
Mientras decía esto, Mingyar Dondup buscaba a tientas su tazón en la penumbra de la sala, y como no lo hallara comenzó a impacientarse.
-¡Estos monjes son unos descuidados! –dijo de pronto-, no encienden las lámparas a tiempo, se dejan la manteca de yak por todas partes… Pero… ¿dónde estará ese maldito tazón?
-Maestro –le dijo el aprendiz-, vengo a aprender de usted pero antes quisiera transmitiros un mensaje.
- Mingyar Dondup miró al discípulo intrigado.
-¿Qué dice tu mensaje? –respondió.
-El discípulo miró a los pies de su maestro y dijo con toda la humildad que fue capaz de reunir en ese instante:
-Esperando en la puerta he aprendido algo de vuestro jardinero.
-¿Del jardinero? Dime qué es eso pues -dijo Mingyar Dondup.
-Es que es algo que os va a doler bastante.
-¡Dímelo pues, cuanto antes! –repuso Mingyar Dondup, ahora ya muy impaciente.
-Maestro, esperando en la puerta he aprendido que el buen jardinero no necesita alcorques pues siembra con serenidad, riega con lentitud y así le da tiempo al espíritu del agua para que encuentre su espacio y su lugar.
- Mingyar Dondup, que siempre andaba a vueltas trabajando en los alcorques, sintió como un rayo le fulminaba y en ese instante comprendió, de un modo inesperado, el misterio profundo que hacía funcionar el eje de La Rueda De La Vida.
- Mingyar Dondup miró al discípulo, le dio las gracias y comenzó a enseñarle lo que guardaba allá en lo más profundo de su corazón, pero el discípulo, interrumpiéndole de nuevo, dijo:
-Sólo una cosa más, maestro… Vuestro tazón… Lleváis sentado sobre él todo este tiempo.
Y entonces los dos estallaron en una prolongada carcajada, y así el discípulo, pudo empezar, después de tanto tiempo, a aprender por fin de su maestro.

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