LAS CASAS VIVEN Y MUEREN
Ese verano nadie resucitó en la casa,
y nuestros cuerpos iban dejando escombros
a lo largo de los días.
El tiempo no era lo que imaginábamos.
La casa se caía, irremediablemente,
y cada uno dormía
acurrucado en su recuerdo.
Todos con los brazos largos
de cargar ataúdes
con la misma pregunta
tázita en los ojos.
Ese verano cada uno dejó
su esqueleto frente a una ventana,
y nos fuimos de la casa
arrastrando ollas y frazadas,
un montón de fantasmas desarmados.
El tiempo no era lo que imaginábamos.
Nosotros, tampoco.
12/27/2005
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