4/15/2006

Mujer-ciudad, dime, ¿como eres tu?

Italo Calvino le da a cada ciudad el nombre de una mujer: Diomira, Dorotea, Adelma, Isadora... Hay muchos tipos diferentes de ciudades: hay ciudades imaginarias, fuera del espacio y el tiempo. Ciudades tristes, ciudades alegres, ciudades memoria, ciudades deseo, ciudades que son signos. Hay ciudades sutiles, ciudades dobles, ciudades visuales, ciudades que son sólo forma, tan hermosas a la vista que uno puede pararse allí, tal vez toda la vida, a contemplar sus calles, sus luces, sus paseos. Ciudades que son inmensos espacios de intercambio: intercambio de recuerdos, de deseos, de recorridos, de destinos. Ciudades contínuas, que siempre están ahí, ciudades escondidas, que nunca salen a la luz, y nacen y desaparecen sin que nadie llegue nunca a verlas. Ciudades imposibles. Ciudades microscópicas, que sin embargo, van ensanchándose con el tiempo, hasta llegar a cubrir todo el espacio. Ciudades telarañas, que permanecen suspendidas sobre abismos, como Moriana. Ciudades felices que cobran forma y nacen y se desvanecen continuamente, escondidas en las ciudades infelices. Ciudades utópicas, que aunque nunca las encontremos no podemos dejar de buscar.

Calvino dice que cree haber escrito un último poema de amor a las ciudades, ahora, cuando es más difícil vivirlas como ciudades. "Las ciudades invisibles son un sueño que nace del corazón de las ciudades invivibles", dice.

Ocurre con las ciudades como en las relaciones, como en los sueños: todo lo imaginable puede ser soñado, pero hasta el sueño más inesperado es un acertijo que esconde un deseo, o bien su contrario, un temor. Las ciudades, los hombres, las mujeres, como los sueños, están construidas de deseos y de temores, aunque el hilo de su discurrir sea secreto, sus normas absurdas, sus perspectivas engañosas, y cada cosa esconda otra.

También las ciudades creen que son obra de la mente o del azar, pero ni la una ni el otro bastan para mantener en pie sus muros: "de una ciudad no disfrutas las siete o las setenta maravillas, sino de la respuesta que da a una pregunta tuya". Isadora, por ejemplo, es la ciudad soñada; un lugar al que se llega siempre demasiado tarde. Un lugar donde los deseos ya son sólo recuerdos.

El Gran Kan está cansado. Mientras habla con Marco Polo una sensación como de vacío le llega junto con el olor de los elefantes después de la lluvia; piensa que en la vida de los emperadores hay un momento que sucede al orgullo por todos esos territorios que ha conquistado y que pronto renunciará a conocerlos y a comprenderlos. Descubre entonces, que ese imperio que nos había parecido la suma de todas las maravillas es una destrucción sin fin ni forma. Que el triunfo sobre esos territorios le ha hecho heredero de su larga ruina. Dice: "a veces me parece que tu voz me llega de lejos, mientras soy prisionero de un presente vistoso e invisible en el que todas las formas de la convivencia humana han llegado al extremo de su ciclo y es imposible imaginar las nuevas formas que adoptarán. Y escucho por tu voz las razones invisibles por las que vivían las ciudades y por las cuales tal vez, después de muertas revivirán".

Recuerda, mientras mira las cenizas de Sándalo que se enfrían en los braseros, el relato que le hizo Marco Polo de la ciudad de Anastasia: "...a quien se encuentra una mañana en medio de Anastasia los deseos se le despiertan todos juntos y le rodean. La ciudad se te aparece como un todo en el que ningún deseo se pierde y del que tú formas parte, y como ella goza de todo lo que tú no gozas, no te queda sino habitar ese deseo y contentarte. Tal es el poder, que a veces dicen maligno, a veces benigno, tiene Anastasia, ciudad engañosa: si durante ocho horas al día trabajas tallando ágatas ónices crisopacios, tu afán que da forma al deseo toma del deseo su forma, y crees que gozas de toda Anastasia cuando sólo eres su esclavo.

Kublai Kan no cree todo lo que le dice Marco Polo cuando le describe las ciudades, pero sigue escuchando con atención. Sólo en los informes de Marco Polo, Kublai Kan consigue discernir, algunas veces, a través de las murallas y las torres destinadas a desmoronarse, la filigrana de un diseño tan sutil que escapa a las mordeduras de las termitas.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Curioso lo de las ciudades. Yo ahora estoy en la ciudad con alas, "de Madrid al cielo". El resto del tiempo es un poco gris, gris en primavera, gris en invierno. La atraviesan unos cuantos arcos iris.
Saludos!