4/15/2006

El Orco dos - Desaprender -

Collado sobre el valle de Leh, camino de Ladakh, entre el Tíbet y China, a 4200 metros.

Desde el cielo al infierno, en un solo paso, atravesé el collado de la luz y de las sombras. El paisaje tenía ese color tan gris de los días de invierno o de las almas de la gente corriente. Mi corazón buscaba en esa altura una respuesta. allí permanecí durante un tiempo mientras la lluvia hacía crecer el musgo en mi cabeza. El viento traía a mí algunas respuestas, pero era de la terrible soledad de aquel lugar de la que aprendí la gran lección suprema. El silencio atravesó mi corazón hasta hacerlo de piedra y cada noche pájaros negros picoteaban furiosos las cuencas vacías de mis ojos. Quise ir más lejos, pero mis pies sabían que ya no había un más allá hacia donde ellos pudieran dirigirme, y en mi delirio, algunas veces, quise creer que era un santo o un borracho adicto a las estrellas, pero la luz violeta de cada amanecer me devolvía a la cruenta realidad y nada había cambiado. Con el paso del tiempo comprendí que mi cuerpo marchito era un pequeño templo, frágil como una flor y efímero como un rayo de luna, algo tan prescindible como vivir o respirar y así mi espíritu creció hasta formar parte de ese paisaje de rocas desnudas, de niebla y viento.
Llegó el invierno y la nieve cubrió todo el paisaje. Un pequeño ratón surgió de un agujero. Le vi crecer y morir en un instante. Su cuerpo yacía sobre la tierra y de la misma tierra llegaron los gusanos que vivieron de él durante un breve espacio, pero ellos también perecían, y eran pasto de la misma tierra de la que habían surgido. De todo aquello que latía alrededor aprendí nuevas cosas, y me fui retirando muy dentro de mí buscando una respuesta. Mi espíritu era cada vez más fuerte y todo lo demás era sólo materia, pequeño hogar de seres transitorios que iban camino de algún lado. Todos los seres y las cosas del mundo atravesaban aquel collado perdido en las montañas en un eterno ciclo que se repetía siempre. Todo a mi alrededor se transformaba en un gigantesco torbellino de muerte y renacer constante. Las formas de la tierra y del cielo cambiaban en una gran transformación sin fin cuyo objetivo último se me escapaba.
Un día me pude contemplar, al fin, y yo ya no era aquel que un día conocí. Ya no supe reconocerme en ese nuevo estado y perdí la razón, la vida, el alma. Ahora era sencillo habitar en el mundo pues yo era el propio mundo. Me bebí las estrellas, el viento, la nieve, las rocas que cubrían mi collado. Vi la muerte, la luz, el nacimiento. Mi espíritu se transformó en la esencia del mundo. Los cielos y la tierra eran mis manos y el universo entero era mi casa. Pasó algún tiempo y luego, un día, bajé de aquel collado, tranquilo al fin, pero sabiendo que en el fondo, después de tanto esfuerzo, nada, absolutamente nada, había cambiado.

2 comentarios:

alZhu dijo...

Me gusta tu forma de narrar. Me ha enganchado.

Anónimo dijo...

Muchas gracias. Yo también he pasado por tu blog y me gusta mucho como esribes.